Meditar desde el corazón no es sólo sentir amor. No es estar en una nube meditativa en la que todo es agradable.
Meditar desde el corazón es habitar el espacio interno en el cual soy un amable receptáculo de todo lo que ocurre.
Soy lo que permite la vida tal y como es ahora, sin condenar, ni rechazar nada de lo que está ocurriéndome.
Aquí soy el amor en acción, abrazando cada sentimiento o pensamiento que aparece sin pretender que desaparezcan o que sean diferentes.
El amor a menudo no es dulce. Un padre puede decir palabras que despierten el dolor más intenso, y hacerlo movido por el amor más profundo.
Amor es darme permiso para sentir lo más amargo, y contenerme en el sentir de esa amargura.
Ser como una madre, anciana y sabia que recibe en su hogar a cada uno de sus hijos con una mirada dulce y perfectamente comprensiva, sin dar importancia a desde cuando no le visitan o de dónde vienen. Sin dar importancia a sus apariencias o a si llegan en el momento oportuno. Esa madre que sabe que si ha llegado, es porque es su momento. Esa madre que no compara a sus hijos, ni los clasifica, sino que les ama como son, y en su amor enseña libertad y perfección.
El corazón es la madre por excelencia, pues nutre todo lo que está realmente vivo, y da Vida a nuestras vidas.
Asentado en el corazón, y nutrido por su energía me convierto en el abrazo perfecto a cada creación, a cada fruto de mi voluntad, pues todo lo que nace en mi conciencia es un hijo que anhela mi amorosa atención.
Soy para todo lo que existe como ese buen amigo ante quien te sientes cómodo siendo quien y como eres.
Meditar en el corazón es hacerse amigo de todo, no pelear con nada, incluida por supuesto, la propia pelea. Si no puedo dejar de luchar, abrazo mi lucha y al luchador que estoy siendo.
Soy como ese padre que colmado de sabiduría ve en paz a sus hijos pelearse, comprendiendo que aún tienen fe en la lucha, y sabiendo que antes o después, la vida, a través del propio combate les enseñará el valor de la paz.Me siento a darme cuenta del caos que me habita esta mañana, y elijo ser dulce hogar para mi pequeño caos. Un pequeño que se serena al sentir la compañía de mi amable presencia y el calor del fuego de esa chimenea interna, acogedora y apaciguadora que es mi corazón.
Habitar el corazón es asentarse en el espacio que disuelve a cada aparente enemigo de mi felicidad.
Al perfecto abrazo, al profundo respeto y a la gozosa aceptación de todo lo que ocurre yo lo llamo hacer el amor a la vida.
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